La aventura ha terminado. Este viaje, de casi tres años de duración, ha tocado a su fin. Atrás han quedado muchas millas navegadas, situaciones límite, amigos entrañables, tanto nuevos como ya conocidos; parajes indescriptibles, enormes olas, vientos huracanados, frío, pero también calor; en definitiva nuevas experiencias que serán sin duda inolvidables para los que de alguna manera tomaron parte durante esta ya concluida trayectoria del Archibald, sin dudar el máximo protagonista de la aventura.
Ahora este gran velero descansa en su Mediterráneo después de haber superado con creces todas las pruebas a las que le ha sometido el loco de su patrón.
Queda pues lavarle sus heridas, todas superfluas, y prepararlo para una nueva prueba, pues nuestro barco no admite pausas demasiado prolongadas. No pasará mucho tiempo para que otra vez empiece a poner millas de mar entre su popa y el puerto.
Han sido muchas personas, ahora considerados hermanos, los que han ayudado para que este viaje haya llegado a buen término en todos sus aspectos, tanto a uno como al otro lado del Atlántico; pero sobre todo en la parte americana, pues ha sido en aquel lado donde más tiempo ha discurrido la aventura.
Fue en Argentina y Uruguay donde encontré compañeros que me ayudaron y atendieron mucho más de lo que se pueda considerar algo común, por ello les expreso mi más amplio agradecimiento: Raúl, Fabio, Carlos, Marcelo y demás Vagos del San Martín; Eduardo Miri y Luís “El Profeta”, también tripulantes del Archibald en distintas etapas; y cómo no los amigos del Club Náutico de San Isidro, los del Yacht Club Argentino y los del Yacht Club Uruguayo, que me trataron mucho mejor que a un socio. Tampoco dejaré en el tintero a los miembros del Quincho Paja Brava y sus asados de los jueves, ni tampoco a los Hermanos de la Costa, fraternidad a la cual pertenezco con orgullo y que siempre me han echado una buena mano en los avatares de mis aventuras.
No puedo olvidar a los amigos brasileños ni tampoco a los caribeños itinerantes: las tripulaciones del Sígueme y Cibeles que siempre me adoptan como el hijo descarriado que vuelve a casa por Navidad.
Durante la última etapa tuve la suerte de contar con la compañía de Jorge, el médico-navegante, compartiendo juntos varios miles de millas millas atlánticas y con el que aprendí mucho sobre relación humana, disección de pescado, algunos tecnicismos médicos y sobre todo a disfrutar más del momento y circunstancias que nos rodearon.
Son muchas las personas a quienes les debo agradecimiento, pero citarlas a todas me parecería un soberano coñazo, así que los aludidos pueden escribir su nombre en la siguiente línea.
De todas maneras no puedo dejar de citar a otros tripulantes que sin haber estado a bordo formaron parte del Archibald desde su salida hasta la conclusión de la aventura a través de las ondas de radio. Sin su ayuda desinteresada, su preocupación y sus palabras de ánimo este viaje podría haber tenido otro cariz muy distinto. Alejandro Portabales, Miguel Urbieta, Rafael del Castillo; gracias por estar ahí.
Y también gracias a vosotros, que nos habéis seguido durante estos tres años, disfrutando y sufriendo los pormenores (y pormayores) de esta aventura. Tanto la tripulación del Sur: Fletcher, Alberto, Fran y un servidor, como la del Norte os agradecemos vuestro interés.
No puedo tampoco olvidar a Vicky, que desde tierra vivió día a día las vicisitudes del viaje plasmándolas luego en la web para todos vosotros. Gracias por tu empeño y compañía.
Sólo resta acometer el futuro, que a medio plazo imagino dará como fruto algunos nuevos libros con las anécdotas de este y otros viajes que con seguridad os deleitarán. Y a largo plazo… Mmmm, yo nunca hago planes a largo plazo.
Un abrazo y hasta la próxima.
Cocua, velero Archibald
AGO
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